Vaya por delante que entiendo
poco de fútbol, pero en términos de gestión el mundial ha sido nefasto para
España, algo similar a lo que nos ocurre en las negociaciones de poder a nivel
internacional e incluso nacional en al menos los últimos dos siglos.
Tras ganar el primer campeonato y
dos Eurocopas, resultábamos invencibles y el temor del resto de países ante la
roja era un grito de orgullo, quizá hasta que un humilde Portugal nos endosara
un 4-0 en un amistoso unos meses después de la corona. Este orgullo de lo
nuestro nos hace tan grandes, pero de una forma claramente efímera, por lo que
la caída siempre duele más. Después nos queda el recuerdo y creer que es
posible, pero entonces llegan los gestores visionarios que despejan todas
nuestras dudas.
Con una federación más que
criticable en cuanto a su forma de hacer, y su presidente en la cárcel hace
poco menos de un año, Lopetegui ilusionaba consiguiendo una clasificación más
que aceptable para Rusia con una selección renovada poco a poco. Pero entonces
llegó Rubiales, que con un anuncio de confianza hacia el entrenador iniciaba su
andadura el pasado mes de mayo hasta que un ataque de genio, un esperpento de
esos de encima de la mesa solo dos días antes del comienzo soportado en la
publicación de su fichaje por el Real Madrid…, y entonces sin temblarle la mano
destituyó al director de la empresa sin dudarlo, descabezando a un equipo,
porque el entrenador es el que planifica las ejecuciones de sus recursos
humanos y, aunque parezca simple sustituirle, es imposible hacerlo en tan poco
tiempo y no esperar consecuencias.
El designio de un director
deportivo que andaba por allí no es suficiente para las tácticas, las estrategias,
el conocimiento de la competencia, y sobre todo la legitimidad para la toma de
decisiones o autoridad no se gana en dos días. Aunque todo un país reclamara el
cambio de un jugador para el que había otros dos, aunque el tikitaka no
sirviese, el temor a ser diferente a lo esperado y fracasar, el absurdo del
desconocimiento del plan para casos extremos hace fácil una conclusión: “entre
todos la mataron y ella sola se murió”. Pero el responsable último en estos
casos es el primero, ese presidente que apostó por ponerlos encima de la mesa debería
dimitir, aunque en política como en el futbol quedan pocos de esos.
En esto Sánchez ha sido mucho más
honesto y listo, si se me permite, pues ha conservado claros todos los planes
del anterior entrenador, aprobando sus presupuestos e interviniendo cuando el
escenario lo permite para ganar el próximo partido, incluso ha eliminado un
ministro a las primeras de cambio que no paraba goles ante el fisco. Veremos
cómo se desarrolla el resto del campeonato hasta las próximas elecciones, que
de momento se anuncian para finales de la primavera del 2019 y que serán municipales
y autonómicas.
Entre tanto, no sabemos si
Rubiales dimitirá, pero sí que por el momento Puigdemont no lo ha hecho.
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