Echando números pareciera que
tras el 10N el bipartidismo avanza, y es cierto. Sin embargo, la arena se
radicaliza por la caída de Ciudadanos. Si sumamos las tres fuerzas estatales
moderadas, tras el 28ª, sumaban 246 diputados, el 70% de la cámara. Ahora, tras
el 10N son sólo 219, es decir, apenas el 63% del Congreso de los Diputados. Por
otra parte, la mayoría absoluta en el Senado se perdió para el PSOE, quedando
en manos del apoyo de los nacionalismos un hipotético 155.
Como vemos, aunque a primera vista
no lo pareciera, la arena ha cambiado mucho y nunca a favor de la moderación,
ni tampoco para el socialismo. Quizá fue eso lo que motivó a un Sánchez
apesadumbrado por sus cálculos o los de Tezanos, a mover rápidamente ficha
reclamando el acuerdo progresista que negó, con enfrentamientos personales
incluidos, durante seis meses a Iglesias.
Pablo Casado se ha recompuesto,
aún solo con 89 diputados, pero resultado una clara oposición, también en el
Senado. El resultado evidencia una derecha fragmentada en moderada y extrema.
Esta segunda, VOX será ahora un mero espectador que tratará, cómo un
nacionalismo más, de hacer ingobernable el parlamento, esperando unas nuevas
elecciones que permitan un nuevo fortalecimiento, que sin duda vino, esta vez,
propiciado por el desplome de ciudadanos.
Albert Rivera nos deja, alarmado
por el resultado que en gran parte ha propiciado no dando un gobierno estable y
moderado desde el centro a Sánchez cuando pudo hacerlo este verano. Alarmado y
preocupado como cualquier sociólogo por el avance del extremismo populista que
avanza bajo imposibles democráticos como la eliminación de las CCAA, el control
estratificado de la migración, los muros o la mirada a otro lado ante la
violencia y sistema machista.
De fondo, un problema que originó a Ciudadanos primero y a VOX después, el del proceso catalán hacia la
autodeterminación, que condiciona una vez más, cualquier pacto con sus mejores
resultados en el Congreso y que puede hacer que el abrazo de Pedro y Pablo
quede una vez más en un marco ingobernable para cualquier avance presupuestario
o legislativo.
Malos tiempos para egos, buenos
para hombres de estado y de buen gobierno.
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